A veces las teclas de un piano se presionan sin más razón que la de interpretar una simple o compleja melodía; no se sabe si el sonido que emiten y su representación en la partitura perdurará a través del tiempo, en quien sea, donde sea, no es importante. Y se tocan acordes que suenan al compás de la vida, misma que corre a la velocidad de una sinfonía; es la rapidez de los años, es el vértigo de la memoria.
Y de repente se tienen 7 años cumplidos y un amigo húngaro que toma clases de piano con una maestra polaca que le fue recomendada a la mamá de ese amigo, y ella le comenta a la tuya sobre lo muy avanzado que va su hijito tocando el piano y entonces tu mamá decide inscribirte en el curso “Estrellita I” de Yamaha que tanto te gustó, justo en aquel año de 1994, año de la súper crisis de México, sale Salinas y entra Zedillo, sale Salinas y entras tú a las famosas clasecitas a tocar do, re, mí y tu mamá al lado esperando durante 2 horas a que Miss Anna Jurek termine de enseñar la clave de sol, porque no tienes un celularcito que le avise a tu mami que ya se acabó la clase y ¡ni pensar que, aunque hubiesen, una niñita de tu edad iba a traer un celular a la clase de piano, si ni tu mamá traía uno, ni pensarlo!
Y de repente sigues tomando esas clases durante 5 años que te ven crecer y aprender y que tú ves pasar, y conforme lo haces, de pronto pasan 3 años, y luego otros 4 más y te vas dando cuenta de que ya no recuerdas qué fue lo último que viviste en aquélla casita polaca, ni de la última canción, mucho menos de la última nota que tocaste. Y te vas dando cuenta también de que en aquella época nada te importaba, ni la entrada de Zedillo ni la salida de Salinas ni la crisis ni los celulares ni lo tanto que te arrepentirías después por haber olvidado todo lo que aprendiste en esas clases, sólo te importaba una cosa: interpretar una simple o compleja melodía…do, re, mí.
Xtiane
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